martes, 24 de junio de 2014

El Desayuno



EL DESAYUNO

-          Esa acción puede ser peligrosa para las gaviotas cuando bajan a comer.

-          ¡Eh! ¿Qué dices?

-         Nada, nada. Solo es que venía mirándote, no es muy habitual ver a una mujer tan bonita sola tirándole piedras al mar.

-          Ah, pero qué cosas dices.


Y en la agotada tarde el sol se turna por primera vez con la vergüenza para sonrojar las mejillas de Elizabeth.


-         Discúlpame, agradezco las palabras que tienes para conmigo pero no te conozco.

-        Pierde cuidado que soy inofensivo, vendo bijouterie que elaboro con mis propias manos y no es la primera vez que paso por aquí caminando, lo digo con fundamento.

-          Bueno, gracias.

-          Déjame obsequiarte algo.


¡Uy!, Dios mío este rubio atrevido se está acercando casi tan rápido como mis nervios.


Con mucha soltura y firmeza se acerca primero con miradas profundas y un pausado pestañear. Cuando soltó la primera sonrisa Elizabeth ya había bajado la guardia.
Abrochándole en la nuca un collar de pequeños caracoles, no pierde la oportunidad de acariciar delicadamente su cuello.


-          Bueno, ¡basta, basta! ya es suficiente por hoy.

-          ¿Suficiente por hoy?, ¿Quieres decir que tienes pensado volver a verme?


Tantos nervios en Elizabeth funcionaron como presentimientos en su hermana que se presentó al rescate para salvar la situación.

-          Eli, Eli. ¡Vamos que ya es tarde! - dice Carolina señalando el reloj

Y la jornada agobiada se termina con el zamarreo entre hermanas.


La noche no pasa ni silenciosa ni estrellada. Para Elizabeth todo fue nebulosas de un día repleto de anomalías. Sentimientos encontrados, pensamientos de un pasado saltarín que rebotaban como las piedras que tiraba al mar no la dejaron dormir…

Llegó la hora del desayuno para las tres hermanas, entre humeantes fragancias y reconocidos sabores se presenta tal vez la única cita donde asisten con unanimidad.

-          Elizabeth, ¿por qué ayer no bailaste y desperdiciaste el día de sol?, estabas tirándole piedras al agua como si tuviera la culpa. ¿No ves que ha pasado un año? Seguro te ha olvidado y por más que abolles las olas él no va a volver.

-          Tú no tienes por qué meterte, Cecilia, déjame vivir la playa a mi estilo.

-          ¡Ahjajaja!, ahora a la amargura la llaman estilo.

Y el cotidiano bullicio del desayuno se corta con un portazo aún más escandaloso.
Elizabeth gana metros por la vereda camino al gran sosiego azul que la espera con su calma matutina.

¿Porque siempre me terminan fastidiando y no me dejan nunca desayunar en paz? Saben perfectamente que odio los ruidos de las tazas, platos y todo lo que se mueva. Odio que me hablen, inclusive hasta la música a la mañana. Pero a ellas nunca les alcanza.
Algún día lograré imponer mi desayuno ideal.


Otra vez frente al mar logra conectarse con la tranquilidad mojándose los pies.

-          ¡Pero qué hermoso día me espera hoy si comienza así!

-          ¡Ay! Me asustaste, disculpa, estaba distraída y no te vi venir.

-          Sí, ya veo, pero también veo otras cosas.

-          ¿Cómo otras cosas?

-          Veo que no te ha gustado mucho mi collar ya que no lo traes puesto.

-          No, no, nada de eso. Me encantó y está guardado en mi alhajero. Lo que sucede es que los collares me dan mucha comezón, pero no te preocupes que lo cuidaré.

-          Así que los collares te dan comezón, qué mal de mi parte no reparar en esos detalles.

-          No te culpes tú por mis pormenores.

-          Oye, ¿qué te parece si me acompañas a mi casa donde tengo un gran mostrador con todos los trabajos que hago? Ahí puedes elegir algo de tu agrado.

-          Es que no sé, apenas te conozco, no sé.


Aprovechando la duda otra vez, se acerca nuevamente con mucha soltura y firmeza. Como herramienta suelta la primera sonrisa y con una cuasi caricia le saca las sandalias de la mano y comienzan a caminar.

Llega la hora del desayuno para las hermanas, la cita entre humeantes fragancias y reconocidos sabores se presenta esta vez sin unanimidad.

No es un cotidiano bullicio, no hay ruido a tazas y platos, ni de nada de lo que se mueve, inclusive la música se encuentra afónica hoy.

Cecilia ya no quiere fastidiar y se encuentra aturdiendo con su silencio aferrada al diario y a su incredulidad. Carolina sin entenderla le saca el diario y lee un titular.

“ASESINO SUELTO EN LA CIUDAD. ENCUENTRAN CUERPO MUTILADO EN PLAYAS DEL SUR”

Sabían perfectamente que odiaba los ruidos de las tazas, de los platos y todo lo que se moviera, que le hablaran, inclusive hasta la música a la mañana.
Pero desde ese día logró imponer su desayuno ideal.